Felipe Juaristi: Nueve-Bederatzi. Revista de Literatura: Alga Nº93
Tere Irastortza es, dentro de los parámetros que conforman la literatura vasca, una poeta precursora. Tenía dieciocho años, cuando apareció su primer libro, Gabeziak-Ausencias. Era el año 1980. Conviene recordar que Bernardo Atxaga publicó Etiopia, su libro de poemas, en el año 1978, y Joseba Sarrionandia su primera obra, Izuen gordelekuetan barrena- A través del refugio de todos los miedos, en 1981. Desde entonces, su escritura poética se ha ido abriendo, como un abanico en días de calor, dando aire a los sentidos, serenidad al espíritu y sosiego al cuerpo. Podría resumir su poesía (o su poética) en nueve conceptos, y lo hago, con plena conciencia, como guiño cómplice al título de su libro Txoriak dira bederatzi- Son nueve, los pájaros.
Armonía es un término musical. Se refiere a sonidos simultáneos de tono diferente. La armonía en poesía no es igual que la armonía en música. Es como un conjunto de notas que se repiten a lo largo de la obra y que dejan en el lector y oyente la sensación de algo característico y propio. Significa el orden de la escritura: la conjunción del sentimiento con la razón, la inevitable simultaneidad entre ética y estética, la unión de los contrarios (eros y thanatos), el nexo necesario entre carne y hueso (mamia eta hezurra).
La claridad es luz y, gracias a ella, todo se vuelve inteligible. No hay otro medio mejor de llegar al lector y oyente que expresar las ideas, no ocultándolas bajo una nube oscura de términos, sino de manera que pueda ser comprendida y admirada, desde el primer instante, como se comprende y se admira una puesta de sol, o una canción de cuna, con su estribillo pegadizo, su cacofonía y sus rimas sencillas. En un momento en el que la oscuridad es dominante en nuestra cultura, proclamar la claridad se ha convertido en un acto rebelde e inocente. Hace falta luz para llegar a lo profundo. Pero hay quien queriendo ser profundo sólo consigue ser confuso.
Concisión, en la poesía de Tere Irastortza, significa que dice lo que quiere decir con las palabras justas y necesarias, sin excederse, ni en la forma ni el ritmo, sin abusar de palabras en apariencia bellas, pero que llevan consigo el veneno letal. Es importante diferenciar la concisión de la poesía de esa otra que abunda en las relaciones mecánicas a través de las redes, que, más que favorecer la comunicación, la impiden.
El cuidado en poesía significa trabajar cada palabra como si fuese un huerto: quitar las malas hierbas, regar a tiempo, abonar cuando sea necesario, cortar y podar lo superfluo y esperar a la cosecha, sean hortalizas o frutos. Así, algunos poemas de Tere Irastortza parecen higos; otros, manzanas.
No son las hojas las que tiemblan con la visita del aire; es el aire lo que tiembla sobre las hojas. De idéntico modo, en un poema se tiembla en las palabras. Es en ese instante donde se siente la energía poética de Tere Irastortza, esa fuerza que abre y fuerza cada sentido hasta sus límites precisos. La poesía ilumina el paisaje moral y físico de sus receptores.
Sin entusiasmo no hay arte, ni poesía, ni actividad humana que merezca la pena ser tenida en cuenta y recordada. Son más de cuarenta años de dedicación, promoción y enseñanza de la poesía compaginando la labor propia de la literatura con otras profesionales, sociales y familiares. Nadie podría dedicar casi toda la vida a ese arduo y necesario ejercicio, sin tener grandes dosis de entusiasmo, y amor.
Tere Irastortza, como todo buen poeta, busca conmover. La emoción que la mueve no es la emoción fácil y superficial de las apariencias, sino la otra, la que convierte lo insípido en salado, lo amargo en dulce, la oscuridad en luz, lo particular e íntimo en universal. Si un poema resiste a la obsolescencia programada a la conciencia, es debido a su poder de conmoción, a la emoción que sigue transmitiendo, así pasen los años.
En poesía, lo que no evoluciona muere o desaparece. La vida es evolución, cambio, catarsis, madurez. Hay una línea ascendente y reconocible en la poesía de Tere Irastortza, desde sus primeros poemas hasta los últimos.
Es poeta que conoce su tiempo y habita en él; también en el anterior, y en el posterior, ese que descubre el camino al futuro. Su poesía va cambiando, permaneciendo lo fundamental, ese aire eterno que impregna el poema, esencial a todo lo que se recuerda.
Cada época vive sus afectos y pasiones, pero no siempre son las mismas. Lo que perdura es aquello que permanece en el ser, como símbolo de su humanidad, desde que Homero cantara la colera de Aquiles, o antes incluso. La emoción perdura, como símbolo o recordatorio, como caricia del pasado hacia el presente.
La poesía es necesaria para vivir y soñar, para tomar el pulso a la realidad. La poesía no es ficción, aunque toda ficción no sea necesariamente poética. Se acerca a la verdad de lo que existe, intentando desentrañar la naturaleza de las cosas. Cierra las heridas causadas por el tiempo y la vida, y también por la vida del tiempo. Pero es también función de la poesía abrir otras nuevas, quizá ocultas.
Está en manos del lector y oyente cerrarlas, o dejarlas desnudas y a la intemperie sin cubrirlas, como esas sillas y mesas de los restaurantes que nadie, hasta la mañana siguiente, las recoge.
FELIPE JUARISTI (Azcoitia 1957) es un escritor y poeta español de escritura en euskera, galardonado con el Premio Euskadi de Literatura y varios Premios de la Crítica, entre otros. Licenciado en Ciencias de la información por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor en la Universidad del País Vasco. Crítico, poeta y narrador. Su obra comprende cerca de una cuarentena de títulos tanto de poesía, narrativa, novela, ensayo y literatura infantil y juvenil. Felipe Juaristi ha colaborado con la autora en la traducción de Son nueve, los pájaros y ha entrevistado a la autora.